jueves, 28 de abril de 2011

Escatológica

Si usted es impresionable o aprehensivo, si le molestan los olores fétidos y las conversaciones escatológicas, por favor no siga leyendo.
Ya he hablado en otras ocasiones de la comida: qué y cómo se come en China. Pero todo lo que entra sale, así que ahora me toca hablar, sí, de la caca. (Advertidos por segunda vez los impresionables: pueden dejar de leer aquí mismo. Después no se quejen.)
Así como la comida es una necesidad fisiológica –alimento– atravesada por la cultura, el otro extremo de la cadena digestiva también es una necesidad que no se lleva a cabo de igual manera en todos lados. Sí, el cagar también es cultural.
Y sin duda es una de las costumbres que más impresionan en China. Para empezar, aquí no es tan común encontrar lo que nosotros llamamos inodoro o water. Ese gran invento de occidente que hace cómodo y placentero el defecar, recién hace poco comenzó a instalarse en las casas chinas (no todas), y aún hoy es muy poco frecuente encontrarlos en baños públicos, incluso en restaurantes y bares. Sólo algunos centros comerciales muy modernos y ciertos restaurantes occidentalizados nos ofrecen baños como nosotros conocemos. ¿Y qué es lo que hay donde no hay inodoros? Letrinas. Ya casi inexistente en nuestros países occidentales (tal vez en el campo, o en lugares muy antiguos), la letrina, ese pozo a veces disfrazado con un poco de loza alrededor, es el cagadero más común en China, y aparentemente en todo el oriente (recuerdo que en la India los trenes tenían baños “eastern style” con letrina y “western style” con inodoro).
Pero bien, lo que más llama la atención no es el uso extendido de letrinas (ya desagradable e incómodo de por sí), sino el ritual defecatorio de los chinos.
Las letrinas (como los inodoros en nuestros países), se encuentran ubicadas en gabinetes, pero éstos no siempre tienen puertas. O sea que… exacto: uno entra al baño y puede ver cagando a los demás. Y si tienen puertas, de todas maneras los chinos no hacen uso de ellas, así que igualmente los verás ahí haciendo lo suyo. Y lo suyo no es sólo cagar: el ritual es estar de cuclillas (en una posición que parecen aprender de los monjes Shaolin, porque es extremadamente incómoda pero ellos la llevan con toda naturalidad), y a la vez que  se alivia el intestino, necesariamente se hace otra cosa:
  leer el diario, mandar mensajes por celular, y/o fumar (lo más normal es dos cosas a la vez: diario/celular y pucho en mano). Sin contar los usuales gritos de placer que proyectan al expulsar a sus amigos del interior.
Por eso, para un occidental, entrar a un baño público en China puede ser una experiencia traumática. Pero a la vez uno se pregunta por qué me da asco eso, o que anden eructando o escupiendo por la calle, mientras para ellos es tan natural. No apliquemos juicios de valor: por ser así, los chinos no son peores que, por ejemplo, los franceses, que no se bañan. Es sólo una cuestión de costumbres.



Se imaginarán que foto de esto no tenía.

lunes, 18 de abril de 2011

The Wall

Luego de un invierno largo y frío, donde pasear al aire libre era una actividad no muy placentera, finalmente llegaron el sol y el calor, y nos animamos a subir a la Gran Muralla china. Cerca de Beijing son varios los puntos de ella que se pueden visitar, algunos más turísticos, otros más abandonados. Nosotros, decididos a ir sin guía ni ayuda de locales, hemos comenzado por el punto más sencillo, la sección Badaling, a la que se llega en una hora de bus desde Beijing (más el tiempo que toma encontrar el ramal del bus 919 que te deje en la muralla, pero eso es un tema aparte, ya tratado en el blog China in China…).
La Gran Muralla (o Chang Cheng en chino), no es en realidad una muralla sino un sistema discontinuo de muros y puntos de observación que atraviesa la China del norte de este a oeste. En en su rama principal, que va desde el golfo de Bohai en el mar de la China hasta el paso de Jiayuguan en la provincia de Gansu, tiene una longitud de 2.700 km, y contando todas las ramas secundarias visibles hoy día llega a los cinco mil kilómetros, pero se supone que en algún momento llegó a tener casi el doble. Ésta es la obra militar más extensa del mundo y la que más tiempo tardó en construirse, teniendo una historia de dos mil años de discontinua edificación. La construcción de muros defensivos comenzó en la era de los Reinos Combatientes (700-221 a.C.), pero el primer trazo continuo fue erigido sobre las ruinas de esos muros durante la dinastía Qin (221 a.C. al 206 d.C.), que fue la primera dinastía en unificar el territorio chino. El objetivo era defenderse de los pueblos no chinos provenientes del norte y del oeste, que saqueaban sistemáticamente el territorio. La obra fue luego continuada hacia el oeste por la dinastía Han. Algunas dinastías le dieron gran importancia, construyendo murallas en diversas direcciones orientadas según las oleadas invasoras de distintos pueblos, mientras que otras (en especial en el período que va del siglo V al siglo XV), la dejaron caer en el olvido. En el siglo XV los Ming revivieron la muralla reparándola y ampliándola para protegerse de los mongoles, y sus restos son los que se visitan hoy cerca de Beijing. A lo largo de los siglos y según la zona donde se emplazaba, la muralla fue construida con distintos materiales (tierra apisonada, piedra, ladrillos cocidos, etc.), por eso no podemos hablar de “una” muralla. La que visitamos en Badaling y en todos los puntos cercanos a Beijing, con sus muros y pasadizos de piedra y sus torretas de observación (que servían también para un sistema de comunicación con señales de humo), es bien distina a la que se encuentra cerca del desierto de Ordos, donde apenas queda un montículo de tierra.
Si bien el objetivo principal de la muralla fue frenar el avance de las invasiones, muchos historiadores coinciden en que, como obra militar, fue tan monumental como inútil. Muchas veces sus muros fueron franqueados y el territorio chino finalmente saqueado y hasta ocupado por mongoles y otros pueblos.
Lo espectacular de la muralla no es la muralla en sí. De hecho, las paredes no tienen una gran altura (tal vez 10 metros en sus partes más altas). El espectáculo de la muralla Ming es su emplazamiento y su longitud, siguiendo el perfil de las montañas, como una serpiente gigante recostada sobre las caprichosas formas de la naturaleza, hasta el horizonte y más allá. Lo que alguna vez nació para cortar el paisaje y poner un freno, hoy se funde con él armoniosamente. Como dice Peter Hessler en su libro Country driving, resulta difícil creer ese cuento de que la muralla puede verse desde la luna: pocas obras humanas están tan arraigadas en el paisaje terrestre como la Gran Muralla.
La muralla pudo haber sido un fracaso defensivo, pero fue un excelente medio de difusión de la cultura china hacia territorios que ocupaban otras etnias. Y luego fue objeto de intepretación política, significando cosas distintas para los emperadores, los nacionalistas, los republicanos, para Mao Zedong. Fue fuente de inspiración para los más grandes de la literatura: Borges y Kafka.
Y hoy, en esta China moderna con otras fronteras más fuertes y más efectivas que un muro de cinco mil kilómetros, es también un punto de atracción turística que en días feriados puede estar tan congestionado como el subte de Beijing en horas pico.