A fines de marzo fue reabierto el Museo Nacional de China, luego de dos años de reparaciones y ampliaciones. Acompañando esta reapertura, el gobierno chino inauguró en la puerta norte del museo una enorme estatua de bronce de Confucio, el gran pensador chino que vivió entre los siglos VI y V a.C. y que marcó durante más de dos mil años la filosofía, la política y la educación del país.
La colocación de esta estatua fue tema de polémica. Confucio y sus ideas fueron combatidos desde el Partido Comunista Chino, especialmente en la época de la Revolución Cultural del presidente Mao, por representar a una China feudal y esclavista. Pero las cosas han cambiado mucho desde la muerte de Mao, y la “apertura” que el PC chino puso en práctica desde principios de los años 80 vuelve a poner a Confucio en un lugar de importancia: no sólo está la estatua (situada en un lugar más que simbólico: el museo es el más grande del mundo, y está al costado de la Plaza Tian’AnMen, donde se encuentra el mausoleo de Mao); Confucio da nombre también al instituto oficial de enseñanza del idioma y cultura chinos en el mundo (siguiendo el modelo del Goethe Institut o la Alianza Francesa).
Más allá de la evidente importancia de Confucio en la cultura china, ¿por qué el gobierno comunista lo erige como el ícono cultural después de haberlo negado?
Hay varias posibles respuestas.
La primera ya la subrayé varias veces en este blog: el gobierno comunista de hoy bien lejos está de las ideas y los tiempos de Mao.
Por otro lado, si bien existe una religión ligada al pensamiento confuciano, en realidad Confucio fue uno de los pensadores más laicos y seculares de China. Su pensamiento apunta siempre a la práctica (no le preocupa el “¿quién soy yo?” de los griegos sino el “¿qué tengo que hacer?”), y esa práctica debe estar orientada a mantener un equilibrio social. Es decir: exactamente lo que busca el gobierno hoy. Y que cada uno esté en su lugar cumpliendo su función, como bien lo dijo Confucio: “Que el gobernante haga de gobernante, el ministro de ministro, el padre de padre, y el hijo de hijo”.
Confucio fue un gran educador, y la tradición que él dejó marcó por siglos la educación oficial china, siendo los confucianos los redactores y jueces de los complicadísimos exámenes imperiales, que decidían quiénes podían y quiénes no podían ser funcionarios de la enorme burocracia imperial. Algo parecido sucede hoy con quienes quieren formar parte del Partido Comunista y a partir de allí del aparato estatal.
El pensamiento ético de Confucio enfatiza el amor y el respeto por el otro al mismo tiempo que se debe cumplir con los deberes personales, familiares y con el Estado. Este mensaje de respeto a la autoridad y de orden social encaja a la perfección en estos tiempos en que la sociedad china atraviesa tremendos cambios que pueden alterar la armonía propuesta desde el gobierno.
Feudal o no, Confucio y sus enseñanzas siempre fueron útiles al poderoso y centralista Estado chino; Estado que fue así de poderoso y de centralista ya en su época imperial como bajo el régimen actual.
La colocación de esta estatua fue tema de polémica. Confucio y sus ideas fueron combatidos desde el Partido Comunista Chino, especialmente en la época de la Revolución Cultural del presidente Mao, por representar a una China feudal y esclavista. Pero las cosas han cambiado mucho desde la muerte de Mao, y la “apertura” que el PC chino puso en práctica desde principios de los años 80 vuelve a poner a Confucio en un lugar de importancia: no sólo está la estatua (situada en un lugar más que simbólico: el museo es el más grande del mundo, y está al costado de la Plaza Tian’AnMen, donde se encuentra el mausoleo de Mao); Confucio da nombre también al instituto oficial de enseñanza del idioma y cultura chinos en el mundo (siguiendo el modelo del Goethe Institut o la Alianza Francesa).
Más allá de la evidente importancia de Confucio en la cultura china, ¿por qué el gobierno comunista lo erige como el ícono cultural después de haberlo negado?
Hay varias posibles respuestas.
La primera ya la subrayé varias veces en este blog: el gobierno comunista de hoy bien lejos está de las ideas y los tiempos de Mao.
Por otro lado, si bien existe una religión ligada al pensamiento confuciano, en realidad Confucio fue uno de los pensadores más laicos y seculares de China. Su pensamiento apunta siempre a la práctica (no le preocupa el “¿quién soy yo?” de los griegos sino el “¿qué tengo que hacer?”), y esa práctica debe estar orientada a mantener un equilibrio social. Es decir: exactamente lo que busca el gobierno hoy. Y que cada uno esté en su lugar cumpliendo su función, como bien lo dijo Confucio: “Que el gobernante haga de gobernante, el ministro de ministro, el padre de padre, y el hijo de hijo”.
Confucio fue un gran educador, y la tradición que él dejó marcó por siglos la educación oficial china, siendo los confucianos los redactores y jueces de los complicadísimos exámenes imperiales, que decidían quiénes podían y quiénes no podían ser funcionarios de la enorme burocracia imperial. Algo parecido sucede hoy con quienes quieren formar parte del Partido Comunista y a partir de allí del aparato estatal.
El pensamiento ético de Confucio enfatiza el amor y el respeto por el otro al mismo tiempo que se debe cumplir con los deberes personales, familiares y con el Estado. Este mensaje de respeto a la autoridad y de orden social encaja a la perfección en estos tiempos en que la sociedad china atraviesa tremendos cambios que pueden alterar la armonía propuesta desde el gobierno.
Feudal o no, Confucio y sus enseñanzas siempre fueron útiles al poderoso y centralista Estado chino; Estado que fue así de poderoso y de centralista ya en su época imperial como bajo el régimen actual.
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