martes, 19 de julio de 2011

La otra, la misma

Hace un tiempo comenté sobre nuestra visita a la sección Badaling de la Gran Muralla China: esa sección que está completamente reconstruida y preparada para las grandes masas de turistas que llegan día a día.
Ayer tuve la oportunidad de visitar otro punto de la muralla, llamado Jiankou. Esta parte, al igual que Badaling, fue construida durante la dinastía Ming, pero no ha sido reconstruida ni preparada para el turismo. Teóricamente se encuentra protegida y cerrada a los visitantes, pero siempre hay una manera de quebrar esas normas en China, y Jiankou es el destino de visitantes más dados al trekking que al turismo convencional.
Las ruinas de la muralla en Jiankou están rodeadas de una vegetación casi selvática, que por partes se “traga” los muros de roca y ladrillo. Hay que caminar mucho a través de estrechos senderos en el bosque para llegar hasta la cima de la montaña, donde se encuentra recostada la infinita obra de los emperadores chinos. Y caminar sobre ella es también un desafío, entre piedras sueltas, grandes pendientes, torretas derruidas…



Badaling y Jiankou, como dije, son aproximadamente de la misma época. Podría decirse que es “la misma” muralla. Pero la experiencia es completamente distinta.
Jiankou y su muralla no restaurada no sólo me impresionó más que Badaling por el paisaje que ofrece. El hecho de que esté en ruinas me hizo pensar en la dimensión del tiempo y en la grandeza de esta obra. Y pienso entonces: ¿admiraríamos las grandes obras de la historia si no estuvieran en ruinas? ¿Nos impresionaría tanto Machu Picchu si la ciudad estuviera entera y sus habitantes circulando por ahí? ¿O las pirámides de Tikal si en vez de una espesa selva las rodearan plazas abiertas llenas de gente comerciando? ¿O el Foro Romano si sus trozos de columnas sostuvieran todavía palacios con techos de madera?
Creo que no. Si todas estas grandes obras estuvieran perfectamente en pie, no serían eternas, sino simplemente actuales.
Por eso Jiankou –junto a las tantas otras secciones de la muralla que se encuentran en ruinas, a merced de la naturaleza– es para mí la imagen de la Muralla China, la eterna e infinita. 





sábado, 16 de julio de 2011

Cenicienta

Si Hong Kong es la reina de Oriente, Macao es la Cenicienta. Situadas en la misma zona geográfica (la desembocadura del Río de las Perlas, en Cantón), y separadas por sólo una hora de ferry, las dos actuales “Zonas Administrativas Especiales” de China exhiben claramente sus diferencias fundacionales: Hong Kong fue la colonia de un imperio rico y poderoso, Macao de un reino pobre y decadente. Mientras Hong Kong creció al ritmo de su pujante economía, como énclave de los grandes capitales en medio del territorio comunista de China, como sede de los grandes bancos y de poderosas operaciones financieras y grandes especulaciones, Macao, como colonia de un débil y empobrecido Portugal, tuvo que contentarse con ser el “patio de atrás”, con sustentar su economía no en la especulación financiera sino en otro tipo de juego: los casinos. Se va a Hong Kong a hacer negocios, se cruza a Macao a apostar. Y ese sistema sigue vigente desde 1997, cuando ambas colonias pasaron a manos chinas.

No digo que Macao carezca de atractivo, al contrario. Mientras Hong Kong se renueva y se moderniza constantemente, Macao conserva las reliquias de su gloria pasada, cuando, hasta fines del siglo XVIII, Portugal fue un reino poderoso dueño de grandes rutas marítimas. Edificios barrocos enclavados en un centro histórico rodeado de barrios de arquitectura mediocre por un lado y de zonas de hoteles y casinos por el otro (en este sentido, muy parecido a la ciudad de Salvador de Bahía, en Brasil). Así, como la propia Cenicienta, Macao puede ser vista como la más pobre, pero también como la más bella.
Pero está siempre en el aire ese sentimiento de algo que fue y ya no está. Ni su propia moneda, el dólar de Macao, es ya tan importante (en todos los comercios se puede pagar con dólares de Hong Kong, y el cambio fue establecido 1 a 1), ni el idioma: aquí el portugués sigue funcionando como una de las lenguas oficiales, pero en realidad ya casi nadie lo habla, a pesar de que todos los carteles, documentos y hasta menúes de restaurantes estén en ese idioma (algo que hoy es un absurdo, dado el no uso del mismo). Aquí se habla cantonés, y en muchos negocios y restaurantes es posible hablar también en inglés. Pero el portugués es otra reliquia del pasado.

 


Para los que no estamos interesados en los casinos, Macao, como dije, es un hermoso paseo por la historia colonial, pero también un delicioso descubrimiento para el paladar: sus calles están plagadas de “pastelarias” (pastelerías, claro), que venden distintos productos típicos del lugar, salados y dulces: los tradicionales egg rolls (cubanitos dulces) con relleno o sin él, los phoenix rolls (similares a los egg rolls pero con otra forma y con sabor a mariscos), las deliciosas tarteletas de huevo, cocadas, budines, flanes, pasteles de ananá, galletas de todo tipo y, el producto más buscado por los turistas, las planchas de carne de cerdo seca, salada y especiada, con diferentes niveles de picante. Todos productos que combinan las tradiciones portuguesa, china y también africana, india y brasileña, por el contacto que tuvieron en la época de la colonia. A lo largo de las estrechas calles antiguas se suceden las pastelarias una tras otra, y sus vendedoras salen con canastas a ofrecer degustaciones de sus productos para atraer a los clientes.




Puede que su economía se sostenga principalmente por el juego de azar, pero yo me quedo con la Macao de las viejas glorias y las pastelarias de hoy.



miércoles, 13 de julio de 2011

Ciudad Gótica


Se me vino a la cabeza aquella primera noche en la ciudad: si Batman fuera chino, Ciudad Gótica sería Hong Kong. No cabe otra comparación. Sus rascacielos, sus autopistas, sus calles estrechas, sus barrios chic y los otros donde la gente vive amontonada, sus bandas de inmigrantes de todas partes de Asia y África que intimidan, su noche llena de neón, y el hecho de ser una ciudad casi despegada del país donde se encuentra.
Hong Kong tiene, en muchos sentidos, dos caras (sí, como el villano de Batman). Oficialmente, desde su devolución a China por parte del Reino Unido, se rige por el principio de “Un país, dos sistemas”, es decir, que nadie va a sacarle a Hong Kong su estilo de vida, su autonomía, su moneda, su sistema judicial y político, y otras cosas más, por al menos 50 años. Beijing está de a poco tratando de imponer su influencia sutilmente, en las escuelas, en los actos de gobierno, etcétera, pero Hong Kong sigue siendo claramente otra cosa muy diferente del resto de la República Popular. Ni siquiera el chino que se habla es igual: aquí predomina el cantonés (y no el mandarín oficial), cuyos caracteres significan lo mismo que en mandarín pero suenan completamente diferente (además del acento y entonación, que también difieren y mucho). Pero en lengua escrita también hay una diferencia: mientras en la China continental se usan los caracteres simplificados (adoptados desde la Revolución), en Hong Kong se siguen utilizando los caracteres tradicionales, que en muchos casos son incomprensibles para quien aprendió solamente los simplificados.
La ciudad tiene también un nombre distinto en mandarín: Xianggang. Y está llena de chinos que hablan un inglés de marcadísimo acento británico.
Dos caras también porque en su restringido territorio se puede pasar rápidamente de las frenéticas calles de Kowloon o Central a la paz agreste de Lantau Island o las playas relajantes de Repulse Bay.



Tal vez sea redundante hablar de Hong Kong como el lugar donde se mezclan Oriente y Occidente. Es así, claro, pero es mucho más que eso. Cantón es de por sí (por lo que ya dije del idioma y por muchas otras costumbres), un lugar particular de China. Y los territorios que ocupa Hong Kong son a su vez un lugar particular dentro de Cantón, que antes del establecimiento de los ingleses estaba poblado por distintas minorías étnicas además de la mayoría cantonesa. Con la colonia llegaron los ingleses, y con ellos también desembarcaron inmigrantes de otros puntos del Imperio Británico, sobre todo de la India, y aún hoy siguen llegando indios, pakistaníes, filipinos, malayos, africanos y una larga lista de etcéteras.

Hong Kong es, como Ciudad Gótica, fascinante y ficticia. Fue parte de Gran Bretaña pero tenía su propia moneda, hoy es parte de China y sigue teniendo su propia moneda, el dólar de Hong Kong. Moneda real pero ficticia, sostenida por una economía que es principalmente financiera (y nada más ficticio que la economía financiera), pero sobre todo porque es una moneda “privada”: nunca representó a un país sino a los negocios de corporaciones y bancos, por eso el dólar de Hong Kong fue, desde su creación, emitido por bancos privados que tenían, de parte de las autoridades, el permiso de hacerlo: HSBC (siglas de Hong Kong Shanghai Banking Corporation), Standard Bank y otras entidades fueron las encargadas de emitir la moneda, hasta el día de hoy. China introdujo una Autoridad Monetaria en la ciudad, que regula la emisión y es a su vez un nuevo agente emisor junto a los bancos, pero la mayoría de los billetes son impresos por esas corporaciones. Y los mismos billetes parecen ficticios, no sólo porque de una misma denominación (por ejemplo, HK$ 100) puede haber distintos tamaños, colores y diseños, según el banco que los haya emitido, sino porque los colores, el papel o curiosas filigranas en plástico transparente hacen que no parezcan billetes reales. Hong Kong es un gran Monopoly que mueve millones.



Ficticia y fascinante. Una burbuja tal vez, que con la realidad china actual no se sabe cuándo pueda estallar, pero que por ahora viene durando más de 150 años. En manos británicas o chinas, a Hong Kong no le importa. Siempre fue Hong Kong. Tal vez ése sea su encanto.
Si yo fuera un personaje de ficción y no una persona real, seguramente eligiría vivir en Hong Kong.


viernes, 1 de julio de 2011

Hoy, 1º de julio

De niño, apenas pude tener noción del tiempo y las fechas, el primer hito que ocupaba el 1º de julio era el cumpleaños de mi madre. Más adelante, cuando fui capaz de conocer y retener hechos históricos, supe que ésa era la fecha en que, en 1974, falleció Juan Domingo Perón.
Como cualquiera de los 365 días del año, el 1º de julio está lleno de nacimientos y muertes de gentes notables y famosas, de acontecimientos históricos, catástrofes naturales, etcétera.
Estando en China, me entero de que ésta es también la fecha de fundación del Partido Comunista local, y que este año tiene especial importancia porque se celebra el 90º aniversario de este hecho.
Nacido entonces oficialmente un 1º de julio de 1921 en la ciudad de Shanghai, con sólo 50 miembros, el Partido Comunista Chino (PCC) es hoy la organización política más grande del mundo, con unos 80 millones de afiliados (aproximadamente un 6 por ciento de la población total del país), y siendo partido único es el centro de conducción de la República Popular China desde 1949.
El Partido y el Gobierno (que son lo mismo pero a la vez son dos cosas separadas), han organizado innumerables eventos para festejar el aniversario, y en todas las cadenas de televisión se ven miniseries y programas especiales dedicados a la historia del Partido. Sin embargo, casi todos hacen hincapié en dos momentos particulares: su fundación y las reformas encaradas por Deng Xiaoping a partir de la muerte de Mao en 1976. La era de efectivo liderazgo de Mao Zedong, que fue el momento donde el PC chino tomó fuerza, ganó la guerra civil contra los nacionalistas y creó la República Popular, parece ser una etapa olvidada en estos festejos. Y de más está aclarar que hay un silencio sepulcral sobre los dos programas más criticados del gobierno de Mao: el Gran Salto Adelante y –especialmente– la Revolución Cultural.
La imagen de Mao sigue contemplando al pueblo en la plaza Tian’Anmen porque fue un líder fundacional e indiscutible, y varias generaciones aún lo añoran y respetan, pero para la oficialidad del Partido todo parece haber comenzado con Deng Xiaoping.
No se puede negar la capacidad que tuvo el PC chino de reinventarse una y otra vez en estos noventa años. Nacido, obviamente, como un partido de ideología marxista-leninista, hoy es el garante de la segunda economía –capitalista– del mundo, y en claro camino a ser la primera. Transformación de ideales que, junto con el crecimiento macroeconómico, trajo una enorme desigualdad social. El reto del PCC para los próximos años será entonces disminuir esa brecha enorme entre pobres y ricos, y resolver ciertas contradicciones –un país comunista que carece de seguridad social, por ejemplo–, hechos que ya están empezando a generar conflictos y resentimientos y que amenazan con romper la aparente estabilidad social reinante.
El Partido Comunista Chino cumple oficialmente 90 años. Pero lo que hoy es China y su organización rectora sólo ocupan poco más de un tercio de esa historia.