Hoy cumplo 55 días en Pekín. El tiempo que estuvieron Ava Gardner, Charton Heston y David Niven, en sus papeles de diplomáticos y empresarios extranjeros, resistiendo la rebelión de los bóxers de 1900. El film del gran Nicholas Ray fue completamente filmado en España; se imaginarán que Pekín en 1963 no era una locación muy factible para una superproducción de Hollywood.
Hoy no hay bóxers ni estrellas como Heston o Gardner, ni decorados de superproducción como se hacían entonces. Hoy la superproducción es la ciudad misma: el propio Cecil B. de Mille quedaría bien chiquito al lado de los enormes y pretenciosos edificios, parques, estadios o estaciones de tren que llenan el paisaje de la moderna Beijing. Y aunque éste es el resultado del irrefrenable crecimiento económico chino, tiene sus lejanas raíces en los magnánimos palacios, templos y murallas que se construyeron durante los milenios dinásticos de este superpaís.
La China del 1900, la retratada en 55 días en Pekín era una China imperial en decadencia, prácticamente dominada por las potencias extranjeras, una gigantesca colonia de occidente. Pero el mundo inevitablemente da vueltas: hoy he leído que la revista Forbes calificó al presidente chino Hu Jintao como el hombre más poderoso e influyente del planeta.
El gran imperio no ha muerto, sólo estuvo hibernando un par de siglos.
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