sábado, 16 de julio de 2011

Cenicienta

Si Hong Kong es la reina de Oriente, Macao es la Cenicienta. Situadas en la misma zona geográfica (la desembocadura del Río de las Perlas, en Cantón), y separadas por sólo una hora de ferry, las dos actuales “Zonas Administrativas Especiales” de China exhiben claramente sus diferencias fundacionales: Hong Kong fue la colonia de un imperio rico y poderoso, Macao de un reino pobre y decadente. Mientras Hong Kong creció al ritmo de su pujante economía, como énclave de los grandes capitales en medio del territorio comunista de China, como sede de los grandes bancos y de poderosas operaciones financieras y grandes especulaciones, Macao, como colonia de un débil y empobrecido Portugal, tuvo que contentarse con ser el “patio de atrás”, con sustentar su economía no en la especulación financiera sino en otro tipo de juego: los casinos. Se va a Hong Kong a hacer negocios, se cruza a Macao a apostar. Y ese sistema sigue vigente desde 1997, cuando ambas colonias pasaron a manos chinas.

No digo que Macao carezca de atractivo, al contrario. Mientras Hong Kong se renueva y se moderniza constantemente, Macao conserva las reliquias de su gloria pasada, cuando, hasta fines del siglo XVIII, Portugal fue un reino poderoso dueño de grandes rutas marítimas. Edificios barrocos enclavados en un centro histórico rodeado de barrios de arquitectura mediocre por un lado y de zonas de hoteles y casinos por el otro (en este sentido, muy parecido a la ciudad de Salvador de Bahía, en Brasil). Así, como la propia Cenicienta, Macao puede ser vista como la más pobre, pero también como la más bella.
Pero está siempre en el aire ese sentimiento de algo que fue y ya no está. Ni su propia moneda, el dólar de Macao, es ya tan importante (en todos los comercios se puede pagar con dólares de Hong Kong, y el cambio fue establecido 1 a 1), ni el idioma: aquí el portugués sigue funcionando como una de las lenguas oficiales, pero en realidad ya casi nadie lo habla, a pesar de que todos los carteles, documentos y hasta menúes de restaurantes estén en ese idioma (algo que hoy es un absurdo, dado el no uso del mismo). Aquí se habla cantonés, y en muchos negocios y restaurantes es posible hablar también en inglés. Pero el portugués es otra reliquia del pasado.

 


Para los que no estamos interesados en los casinos, Macao, como dije, es un hermoso paseo por la historia colonial, pero también un delicioso descubrimiento para el paladar: sus calles están plagadas de “pastelarias” (pastelerías, claro), que venden distintos productos típicos del lugar, salados y dulces: los tradicionales egg rolls (cubanitos dulces) con relleno o sin él, los phoenix rolls (similares a los egg rolls pero con otra forma y con sabor a mariscos), las deliciosas tarteletas de huevo, cocadas, budines, flanes, pasteles de ananá, galletas de todo tipo y, el producto más buscado por los turistas, las planchas de carne de cerdo seca, salada y especiada, con diferentes niveles de picante. Todos productos que combinan las tradiciones portuguesa, china y también africana, india y brasileña, por el contacto que tuvieron en la época de la colonia. A lo largo de las estrechas calles antiguas se suceden las pastelarias una tras otra, y sus vendedoras salen con canastas a ofrecer degustaciones de sus productos para atraer a los clientes.




Puede que su economía se sostenga principalmente por el juego de azar, pero yo me quedo con la Macao de las viejas glorias y las pastelarias de hoy.



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