lunes, 5 de septiembre de 2011

Zài Jiàn!


Después de un año, ha llegado el momento de partir.
Un año en que hemos vivido el gélido invierno y el tórrido verano de Beijing; los días de sol radiante y aquellos de un gris profundo; y los aguaceros casi bíblicos también.
En esos días y esos climas anduvimos, Sofía y yo, tratando de conocer esta enorme ciudad, capital de este enorme país. Y con cada paso nos dábamos cuenta de todo lo que nos faltaba ver, conocer.
Un año siempre es poco para conocer un lugar. Pero en China, yo diría que es nada. Un año ha sido sólo el comienzo. Hemos visto algo de Beijing, y alguna que otra pincelada de Shanghai, Hong Kong, Macao y Hangzhou.
China es milenaria e infinita. Y uno descubre eso tratando de conocerla.
Es hora de dejar “el país del centro”, Zhōng Guó, la China, y volar las interminables horas hasta la lejana Nán Měi Zhōu (Sudamérica).
No sé si volveremos, ojalá que sí, porque esto ha sido sólo el comienzo.
Ojalá que sí, por eso no es adiós sino hasta la vista, lo que en chino significa mi saludo: 
 ZÀI JIÀN!

Últimas imágenes de Beijing


 Algunas fotos de mis últimas 48 horas en la capital china.

 Shaoyaoju: mi estación de subte.

 Laberinto en el parque Yuanmingyuan.

 Estadio Nacional, o "nido de pájaro", sede de los Juegos Olímpicos del 2008.
 
 Wudaoying Hutong.



Estación Yonghegong y templo lama.

 Torre de la CCTV.

 Torre del China World Trade Center.

 Mercado de la Seda.

 En taxi por el cuarto anillo.

 Mi calle.

El restaurant de mi última cena.

domingo, 4 de septiembre de 2011

La ciudad de los mil parques



Hace casi un año, apenas llegado a Beijing, en el camino del aeropuerto a la casa, pude ver que la ciudad era mucho más verde de lo que esperaba. Si bien grandes autopistas de cemento rodean y cruzan la ciudad, todas están acompañadas de árboles, plantas, jardines. Las calles, muchas de ellas muy anchas, también tienen sus veredas plantadas de árboles y arbustos.
Pero sobre todo, Beijing es una ciudad llena de parques. Según un informe de la ONU, el 52 por ciento del área urbana de la capital china corresponde a espacios verdes. Algo que nadie se imagina al pensar en una ciudad de más de 20 millones de habitantes.
Cada parque en Beijing tiene su particularidad y su personalidad. No sé exactamente cuántos parques habrá en la ciudad; en un año sólo he podido visitar un puñado de ellos.
Varios de estos parques tienen en su interior sitios de interés histórico, templos, reliquias: el Tiantan (Templo del Cielo), el Ditan (Templo de la Tierra), El Ritan (Templo del Sol), Longtanhu (Templo y lago del Dragón), el Yiheyuan (Palacio de Verano), son algunos de ellos. Allí se mezclan los turistas que van a conocer estos sitios con los habitantes locales que van simplemente a buscar un refugio verde. En estos parques generalmente se paga una entrada (que según la importancia del sitio histórico puede variar de 2 a 50 yuanes), mientras que en otros parques donde no hay tesoros culturales, el ingreso es gratuito.
En muchos de estos parques-templo se llevan a cabo en el Año Nuevo chino las famosas ferias, donde se congregan multitudes a comer, ver espectáculos, comprar recuerdos y jugar juegos de feria.
Una particularidad de muchos parques de Beijing, en especial aquellos diseñados en la época de las dinastías, es la ambientación artificial, emulando a pequeña escala escenarios naturales. Siendo una ciudad completamente plana, los emperadores mandaban a levantar montañas artificiales de tierra y roca, lagos con islas, bosques, cascadas, jardines, que aún hoy se conservan.



Entre los parques más modernos sucede también este fenómeno de artificialidad, pero adaptada a la vida de hoy: el parque de Chaoyang, uno de los más grandes de la ciudad, tiene en su interior un sector donde cada verano se emplaza una playa artificial de arena y agua salada, para los pekineses que no tienen tiempo de irse hasta el mar.
Los parques son también el lugar elegido por muchos pekineses, sobre todo los de tercera edad, para sus actividades de esparcimiento: temprano en la mañana se ven los grupos de Tai Ji y otras artes marciales y ejercicios, mientras que por la tarde se congregan los coros de ancianos a cantar canciones tradicionales. Y también los “coros rojos”, nostálgicos comunistas que entonan canciones de tiempos de Mao Zedong.
 
 
"Coros rojos" en el parque Jingshan

La juventud en cambio elige el parque que rodea el gran lago artificial de Houhai, plagado de bares y restaurantes.
Hay dos parques que me gustaron particularmente, por motivos diferentes: uno es el Yuanmingyuan, o antiguo Palacio de Verano. Éste era el lugar donde los emperadores pasaban el caluroso verano de Beijing: enormes lagos artificiales y bosques mantenían fresco el ambiente. Grandes palacios y templos fueron construidos allí durante las dinastías Ming y Qing, pero en 1860, durante la invasión de las tropas franco-británicas, el parque fue arrasado, saqueado e incendiado. Como recuerdo de esa rapiña, hoy el parque exhibe no las glorias sino las ruinas: la memoria del saqueo. Sus palacios son hoy montones de rocas, sus lagos están cubiertos de lotos, sus bosques exhiben una rusticidad atractiva.
 

 Ruinas "europeas" en el parque Yuanmingyuan

 Los lotos de Yuanmingyuan


El otro parque que me llamó la atención es el Ritan, donde se encuentra el altar de sacrificios al Sol. Este parque está muy cerca de la zona financiera de Beijing, con sus rascacielos, autopistas, su tráfico intenso y su ritmo acelerado. Todas cosas que uno olvida al instante cuando ingresa al parque. Una paz inesperada domina el Ritan. Uno puede perderse en sus bosques y colinas, escuchar el sonido del agua de sus cascadas y arroyos artificiales o disfrutar de un delicioso té verde en alguna de las casas de té que lo rodean.


 Lagos y montañas artificiales en el parque Ritan

Hay muchos más y, como dije, cada uno con su personalidad. Llevaría un buen tiempo conocer y recorrer todos los parques de Beijing. Al menos para mí, un año no fue suficiente.

 




lunes, 22 de agosto de 2011

Wo ai Beijing Tian’Anmen

Significa “Yo amo a la plaza Tian’Anmen de Beijing”, y es el título de una canción infantil escrita durante la Revolución Cultural y cantada durante esa época en todas las escuelas primarias.
Los chinos aman a su plaza, la que marca el centro geográfico y de poder de Beijing. De todas partes del país (y del mundo) llegan visitantes, miles por día, para contemplar el lugar que guarda gran parte de la historia china.

Plaza Tian'Anmen: Monumento a los Héroes del Pueblo y, al fondo, Museo Nacional de China.

La primera plaza fue construida en 1415 durante la dinastía Ming, y medía menos de un cuarto del espacio que ocupa hoy. Fue ampliada y reformada en 1651, durante la dinastía Qing, y más tarde sería escenario de luchas, manifestaciones, ocupaciones extranjeras, liberaciones. Frente a ella Mao Zedong declaró fundada la República Popular el 1º de julio de 1949, y a partir de allí se propuso amplirla aún más, para convertirla en la más grande y espectacular del mundo, con el objetivo de albergar a grandes masas de partidarios en los festejos de los 10 años de la fundación de la República Popular, en 1959. Otros acontecimientos poco felices han ocurrido en ella años después, pero de eso aquí no se habla. Tal vez por esos sucesos hoy la entrada a la plaza está fuertemente controlada: se ingresa por pasajes subterráneos con detectores de metales y escáners para bolsos, mochilas o carteras, y de noche se cierra por completo al público, siendo posible verla sólo desde las veredas aledañas. Además, es uno de los pocos lugares de Beijing donde uno ve policías y soldados regularmente.



Monumento temporario colocado durante julio de este año para conmemorar los 90 años del Partido Comunista Chino. Al fondo, la Puerta de Tian'Anmen.

El nombre de la plaza se lo da la Puerta de Tian’Anmen (Puerta de la Paz Celestial), que, ubicada al norte de la plaza, es la entrada al complejo de la Ciudad Prohibida.
Curiosamente, con sus inabarcables 440.000 m2 no es la plaza más grande del mundo sino la segunda (detrás de la del Imán Reza en Irán). Más allá de los récords, en Tian’Anmen uno siente básicamente una cosa: inmensidad. Uno ve llegar multitudes de visitantes por las calles laterales, pero al entrar a la plaza parecen perderse, no hay aglomeraciones, la distancia con el otro es siempre enorme. Su superficie perfectamente plana y la ausencia de árboles o fuentes hacen que las únicas dos construcciones emplazadas en ella (el Monumento a los Héroes del Pueblo y el Mausoleo de Mao), parezcan tan horizontales como la plaza misma. No existe la altura, hasta el cielo parece estar justo sobre las cabezas, a punto de desplomarse.
Tian’Anmen es la perfecta representación de la inmensidad china.


 Puerta de Tian'Anmen, de noche: Mao entre luces de neón.


martes, 19 de julio de 2011

La otra, la misma

Hace un tiempo comenté sobre nuestra visita a la sección Badaling de la Gran Muralla China: esa sección que está completamente reconstruida y preparada para las grandes masas de turistas que llegan día a día.
Ayer tuve la oportunidad de visitar otro punto de la muralla, llamado Jiankou. Esta parte, al igual que Badaling, fue construida durante la dinastía Ming, pero no ha sido reconstruida ni preparada para el turismo. Teóricamente se encuentra protegida y cerrada a los visitantes, pero siempre hay una manera de quebrar esas normas en China, y Jiankou es el destino de visitantes más dados al trekking que al turismo convencional.
Las ruinas de la muralla en Jiankou están rodeadas de una vegetación casi selvática, que por partes se “traga” los muros de roca y ladrillo. Hay que caminar mucho a través de estrechos senderos en el bosque para llegar hasta la cima de la montaña, donde se encuentra recostada la infinita obra de los emperadores chinos. Y caminar sobre ella es también un desafío, entre piedras sueltas, grandes pendientes, torretas derruidas…



Badaling y Jiankou, como dije, son aproximadamente de la misma época. Podría decirse que es “la misma” muralla. Pero la experiencia es completamente distinta.
Jiankou y su muralla no restaurada no sólo me impresionó más que Badaling por el paisaje que ofrece. El hecho de que esté en ruinas me hizo pensar en la dimensión del tiempo y en la grandeza de esta obra. Y pienso entonces: ¿admiraríamos las grandes obras de la historia si no estuvieran en ruinas? ¿Nos impresionaría tanto Machu Picchu si la ciudad estuviera entera y sus habitantes circulando por ahí? ¿O las pirámides de Tikal si en vez de una espesa selva las rodearan plazas abiertas llenas de gente comerciando? ¿O el Foro Romano si sus trozos de columnas sostuvieran todavía palacios con techos de madera?
Creo que no. Si todas estas grandes obras estuvieran perfectamente en pie, no serían eternas, sino simplemente actuales.
Por eso Jiankou –junto a las tantas otras secciones de la muralla que se encuentran en ruinas, a merced de la naturaleza– es para mí la imagen de la Muralla China, la eterna e infinita. 





sábado, 16 de julio de 2011

Cenicienta

Si Hong Kong es la reina de Oriente, Macao es la Cenicienta. Situadas en la misma zona geográfica (la desembocadura del Río de las Perlas, en Cantón), y separadas por sólo una hora de ferry, las dos actuales “Zonas Administrativas Especiales” de China exhiben claramente sus diferencias fundacionales: Hong Kong fue la colonia de un imperio rico y poderoso, Macao de un reino pobre y decadente. Mientras Hong Kong creció al ritmo de su pujante economía, como énclave de los grandes capitales en medio del territorio comunista de China, como sede de los grandes bancos y de poderosas operaciones financieras y grandes especulaciones, Macao, como colonia de un débil y empobrecido Portugal, tuvo que contentarse con ser el “patio de atrás”, con sustentar su economía no en la especulación financiera sino en otro tipo de juego: los casinos. Se va a Hong Kong a hacer negocios, se cruza a Macao a apostar. Y ese sistema sigue vigente desde 1997, cuando ambas colonias pasaron a manos chinas.

No digo que Macao carezca de atractivo, al contrario. Mientras Hong Kong se renueva y se moderniza constantemente, Macao conserva las reliquias de su gloria pasada, cuando, hasta fines del siglo XVIII, Portugal fue un reino poderoso dueño de grandes rutas marítimas. Edificios barrocos enclavados en un centro histórico rodeado de barrios de arquitectura mediocre por un lado y de zonas de hoteles y casinos por el otro (en este sentido, muy parecido a la ciudad de Salvador de Bahía, en Brasil). Así, como la propia Cenicienta, Macao puede ser vista como la más pobre, pero también como la más bella.
Pero está siempre en el aire ese sentimiento de algo que fue y ya no está. Ni su propia moneda, el dólar de Macao, es ya tan importante (en todos los comercios se puede pagar con dólares de Hong Kong, y el cambio fue establecido 1 a 1), ni el idioma: aquí el portugués sigue funcionando como una de las lenguas oficiales, pero en realidad ya casi nadie lo habla, a pesar de que todos los carteles, documentos y hasta menúes de restaurantes estén en ese idioma (algo que hoy es un absurdo, dado el no uso del mismo). Aquí se habla cantonés, y en muchos negocios y restaurantes es posible hablar también en inglés. Pero el portugués es otra reliquia del pasado.

 


Para los que no estamos interesados en los casinos, Macao, como dije, es un hermoso paseo por la historia colonial, pero también un delicioso descubrimiento para el paladar: sus calles están plagadas de “pastelarias” (pastelerías, claro), que venden distintos productos típicos del lugar, salados y dulces: los tradicionales egg rolls (cubanitos dulces) con relleno o sin él, los phoenix rolls (similares a los egg rolls pero con otra forma y con sabor a mariscos), las deliciosas tarteletas de huevo, cocadas, budines, flanes, pasteles de ananá, galletas de todo tipo y, el producto más buscado por los turistas, las planchas de carne de cerdo seca, salada y especiada, con diferentes niveles de picante. Todos productos que combinan las tradiciones portuguesa, china y también africana, india y brasileña, por el contacto que tuvieron en la época de la colonia. A lo largo de las estrechas calles antiguas se suceden las pastelarias una tras otra, y sus vendedoras salen con canastas a ofrecer degustaciones de sus productos para atraer a los clientes.




Puede que su economía se sostenga principalmente por el juego de azar, pero yo me quedo con la Macao de las viejas glorias y las pastelarias de hoy.



miércoles, 13 de julio de 2011

Ciudad Gótica


Se me vino a la cabeza aquella primera noche en la ciudad: si Batman fuera chino, Ciudad Gótica sería Hong Kong. No cabe otra comparación. Sus rascacielos, sus autopistas, sus calles estrechas, sus barrios chic y los otros donde la gente vive amontonada, sus bandas de inmigrantes de todas partes de Asia y África que intimidan, su noche llena de neón, y el hecho de ser una ciudad casi despegada del país donde se encuentra.
Hong Kong tiene, en muchos sentidos, dos caras (sí, como el villano de Batman). Oficialmente, desde su devolución a China por parte del Reino Unido, se rige por el principio de “Un país, dos sistemas”, es decir, que nadie va a sacarle a Hong Kong su estilo de vida, su autonomía, su moneda, su sistema judicial y político, y otras cosas más, por al menos 50 años. Beijing está de a poco tratando de imponer su influencia sutilmente, en las escuelas, en los actos de gobierno, etcétera, pero Hong Kong sigue siendo claramente otra cosa muy diferente del resto de la República Popular. Ni siquiera el chino que se habla es igual: aquí predomina el cantonés (y no el mandarín oficial), cuyos caracteres significan lo mismo que en mandarín pero suenan completamente diferente (además del acento y entonación, que también difieren y mucho). Pero en lengua escrita también hay una diferencia: mientras en la China continental se usan los caracteres simplificados (adoptados desde la Revolución), en Hong Kong se siguen utilizando los caracteres tradicionales, que en muchos casos son incomprensibles para quien aprendió solamente los simplificados.
La ciudad tiene también un nombre distinto en mandarín: Xianggang. Y está llena de chinos que hablan un inglés de marcadísimo acento británico.
Dos caras también porque en su restringido territorio se puede pasar rápidamente de las frenéticas calles de Kowloon o Central a la paz agreste de Lantau Island o las playas relajantes de Repulse Bay.



Tal vez sea redundante hablar de Hong Kong como el lugar donde se mezclan Oriente y Occidente. Es así, claro, pero es mucho más que eso. Cantón es de por sí (por lo que ya dije del idioma y por muchas otras costumbres), un lugar particular de China. Y los territorios que ocupa Hong Kong son a su vez un lugar particular dentro de Cantón, que antes del establecimiento de los ingleses estaba poblado por distintas minorías étnicas además de la mayoría cantonesa. Con la colonia llegaron los ingleses, y con ellos también desembarcaron inmigrantes de otros puntos del Imperio Británico, sobre todo de la India, y aún hoy siguen llegando indios, pakistaníes, filipinos, malayos, africanos y una larga lista de etcéteras.

Hong Kong es, como Ciudad Gótica, fascinante y ficticia. Fue parte de Gran Bretaña pero tenía su propia moneda, hoy es parte de China y sigue teniendo su propia moneda, el dólar de Hong Kong. Moneda real pero ficticia, sostenida por una economía que es principalmente financiera (y nada más ficticio que la economía financiera), pero sobre todo porque es una moneda “privada”: nunca representó a un país sino a los negocios de corporaciones y bancos, por eso el dólar de Hong Kong fue, desde su creación, emitido por bancos privados que tenían, de parte de las autoridades, el permiso de hacerlo: HSBC (siglas de Hong Kong Shanghai Banking Corporation), Standard Bank y otras entidades fueron las encargadas de emitir la moneda, hasta el día de hoy. China introdujo una Autoridad Monetaria en la ciudad, que regula la emisión y es a su vez un nuevo agente emisor junto a los bancos, pero la mayoría de los billetes son impresos por esas corporaciones. Y los mismos billetes parecen ficticios, no sólo porque de una misma denominación (por ejemplo, HK$ 100) puede haber distintos tamaños, colores y diseños, según el banco que los haya emitido, sino porque los colores, el papel o curiosas filigranas en plástico transparente hacen que no parezcan billetes reales. Hong Kong es un gran Monopoly que mueve millones.



Ficticia y fascinante. Una burbuja tal vez, que con la realidad china actual no se sabe cuándo pueda estallar, pero que por ahora viene durando más de 150 años. En manos británicas o chinas, a Hong Kong no le importa. Siempre fue Hong Kong. Tal vez ése sea su encanto.
Si yo fuera un personaje de ficción y no una persona real, seguramente eligiría vivir en Hong Kong.