Ya hace unos cuantos años visité por primera vez la provincia de Jujuy en el noroeste argentino. Pocas horas después de llegar a la ciudad de Humahuaca, donde comenzaba nuestro recorrido por la región, comenzó a llover. Como turistas maldijimos el fenómeno meteorológico que nos obligaba a estar bajo techo o salir y empaparnos. Pero la gente del lugar parecía feliz y agradecida de que, junto con nosotros, llegara también el aguacero. Sucede que en la Quebrada de Humahuaca y en gran parte de la Puna no había llovido en dos años, a pesar de ser un clima con estación húmeda y estación seca. Las cosechas se habían perdido dos temporadas seguidas y el agua escaseaba en ciudades y pueblos. La razón de esta sequía no había sido un capricho de la naturaleza, sino la interesada mano del ser humano. No lo podía creer pero era cierto: durante dos años habían estado lanzando misiles a la atmósfera para evitar las lluvias y poder así completar sin obstáculos la construcción de un gasoducto que atravesaba la región.
Yo conocía la tradición de la cruz de sal para evitar la lluvia, pero esto de los misiles era para mí una novedad atroz.
Por eso no me sorprendió cuando hace unos meses, al poco tiempo de llegar a Beijing, se largó un diluvio que, todos me decían, era “provocado”. Igualito, con misiles, el gobierno chino hace llover o brillar el sol según la necesidad del momento. Es normal que en ciertas épocas del año estas lluvias provocadas sean también programadas: una vez a la semana el cielo se desploma y al rato se despeja nuevamente.
Por el contrario, cuando necesitaron sol, lo tuvieron y bien radiante: el día en que vino el Comité Olímpico Internacional para decidir si le daban a Beijing la sede de los juegos de 2008 (obviamente, lo lograron) o el 1º de octubre de 2009, cuando se celebraba con pomposos desfiles y un cielo casi artificialmente azul el 60º aniversario de la fundación de la República Popular China.
En la antigua mitología china, el dragón era una de las criaturas más importantes y veneradas, y entre otras cosas era el dueño de todas las aguas. Una de sus representaciones, Yinglong, era el dios de la lluvia, y a él se ofrecían oraciones y sacrificios para que cayera o dejara de caer el agua del cielo. En la China atea de hoy, las plegarias y sacrificios son reemplazados por misiles.
Yo conocía la tradición de la cruz de sal para evitar la lluvia, pero esto de los misiles era para mí una novedad atroz.
Por eso no me sorprendió cuando hace unos meses, al poco tiempo de llegar a Beijing, se largó un diluvio que, todos me decían, era “provocado”. Igualito, con misiles, el gobierno chino hace llover o brillar el sol según la necesidad del momento. Es normal que en ciertas épocas del año estas lluvias provocadas sean también programadas: una vez a la semana el cielo se desploma y al rato se despeja nuevamente.
Por el contrario, cuando necesitaron sol, lo tuvieron y bien radiante: el día en que vino el Comité Olímpico Internacional para decidir si le daban a Beijing la sede de los juegos de 2008 (obviamente, lo lograron) o el 1º de octubre de 2009, cuando se celebraba con pomposos desfiles y un cielo casi artificialmente azul el 60º aniversario de la fundación de la República Popular China.
En la antigua mitología china, el dragón era una de las criaturas más importantes y veneradas, y entre otras cosas era el dueño de todas las aguas. Una de sus representaciones, Yinglong, era el dios de la lluvia, y a él se ofrecían oraciones y sacrificios para que cayera o dejara de caer el agua del cielo. En la China atea de hoy, las plegarias y sacrificios son reemplazados por misiles.
Esta manipulación del clima me hace pensar en el efecto mariposa, la teoría del caos y la entropía. Sobre todo en estos tiempos de cambio climático y catástrofes naturales. De hecho, la noticia de estos días en China es la tremenda sequía en la cuenca del río Yangtze y las inundaciones en el sur. ¿Es que ahí no llegan los misiles de Beijing? O tal vez el dragón Yinglong esté bien enojado con los miembros del Partido.
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