martes, 26 de octubre de 2010

Un poco de city tour

Mi domingo es el lunes, y esta vez amaneció con frío y viento pero también con un sol radiante, por lo que no podía dejar de aprovechar el día, sabiendo que en unas dos semanas ya puede comenzar a nevar en Beijing.
Mi principal objetivo era perderme un poco en el centro de la ciudad. Ya bastante familiarizado con el subte pekinés, tomé la línea 13 y luego combiné con la 2 para llegar a la estación Qianmen, ubicada justo al sur de la plaza Tian’anmen, en el centro geográfico de la ciudad. Emergí a la superficie para caminar unas cuadras hasta la calle Dashila, una peatonal de 300 metros de largo y 500 años de historia, tal vez la calle comercial más famosa de la ciudad, donde permanecen algunas construcciones típicas de la “antigua” Beijing –lo pongo entre comillas porque aquí todos los sitios de interés turístico han sido completamente restaurados y ya son simplemente eso: destinos turísticos. De todas maneras uno puede ver la tradicional arquitectura china, dentro de la cual actualmente funcionan restaurantes, zapaterías, joyerías, tiendas de artesanías y souvenirs, etcétera. Dashila es considerada también la cuna de la Ópera de Pekín (en su época de oro hubo cinco teatros en sus sólo tres cuadras de longitud), y hoy se conserva también el Da Guan Lou, primer cine de Beijing.

Restaurante de bao zi (dumplings) en la calle Dashila

Afiches antiguos en la fachada del cine Dan Guan Lou, el primero en Beijing


Además de perderme y flanear por la ciudad, mi objetivo era encontrar un lugar que Mando Pak me recomendó visitar: Tong Ren Tang, la famosa farmacia fundada en 1669 para abastecer al palacio imperial. Cuando pensaba estar en la calle equivocada, ahí se apareció, con su enorme fachada y su gran cartel circular con los tres caracteres de su nombre. 

Fachada de la farmacia Tong Ren Tang

Hoy Tong Ren Tang es un emporio de la medicina tradicional china, y entre hierbas, cápsulas naturales y agujas para acupuntura podemos encontrar también reliquias como raíces de ginseng desecadas por métodos tradicionales y conservadas por siglos, alcanzando valores de verdaderas obras de arte: algunas de las expuestas tienen precios cercanos a los 60 mil dólares, y lo que costarán las que seguramente tendrán guardadas. Por ese precio, lo menos que se puede pedir es la juventud eterna.
Tong Ren Tang se ha convertido también en una gran empresa comercial que fabrica y exporta sus medicinas chinas a países como Australia, Estados Unidos, Inglaterra, Francia, etc.

 Jengibre seco en la farmacia Tong Ren Tang

 Esta raíz de ginseng tiene un costo aproximado de 60 mil dólares...


Luego fui hasta el final de la calle Dashila para entrar en Qianmen Dajie, una calle turística comercial donde se combinan estilos arquitectónicos chinos y occidentales, que fue restaurada justo antes de los Juegos Olímpicos de 2008 y que hoy es un paseo de alrededor de un kilómetro, con tranvía eléctrico incluido.

Tranvía eléctrico en la calle Qianmen

Fachada antigua, calle Qianmen

Calle Qianmen, con la puerta Zhengyanmen (o Qianmen) al fondo


Al final (o al inicio) de la calle Qianmen se encuentra la puerta que le da nombre, llamada también Zhengyangmen. Esta puerta construida en 1419 durante la dinastía Ming, es la entrada sur de la antigua ciudad, la principal en la época imperial.

Puerta Qianmen


Cruzando la puerta, se ingresa en la amplia zona de la plaza Tian’anmen. En sentido sur-norte, se encuentra primero el mausoleo de Mao Tse Tung (que no pude visitar porque cierra los lunes, así que esperaré a la llegada de Sofía para ir algún día de martes a domingo…); más adelante el monumento de los Héroes del Pueblo y la gran explanada que mira hacia la Ciudad Prohibida. Al costado oeste, el parlamento chino y al este el Museo Nacional. La plaza es grande, demasiado grande, tiene algo del espíritu que lleva en su nombre (Tian’anmen es algo así como “puerta de la paz celestial”). Claro que la historia vio varias veces alterada esa paz en esta plaza.

Monumento a la entrada del mausoleo de Mao

Plaza Tian'anmen: a la izquierda el monumento a los Héroes del Pueblo, 
al fondo el Museo Nacional de China

Tian'anmen: el monumento a los Héroes, detrás el mausoleo de Mao 
y a la izquierda una gran pantalla LED (los chinos aman las pantallas LED...)

Banderas china e italiana en Tian'anmen, por la visita oficial 
del presidente de ese país, Giorgio Napolitano

Después de mi fracaso con el chairman Mao, me fui a almorzar a Wangfujing (esta vez no comí escorpiones), vagué por las dos librerías “extranjeras” (es decir, libros en inglés) donde compré unos volúmenes sobre el té, me perdí intencionalmente en un hutong y finalmente caminé por las zonas de Dongsi y Dongzhimen, calles comerciales muy arboladas y agradables para caminar.

El original "Todo por 2 pesos"


Cuando el sol ya flaqueaba y el viento comenzaba a zumbar, me metí de nuevo bajo tierra para llegar de vuelta a Shaoyaoju, mi estación.

sábado, 23 de octubre de 2010

Cha

Si en occidente pan y vino son los dos productos que más ampliamente definen nuestra cultura, en oriente y sobre todo en China, ese lugar lo tiene reservado el té.
Como amante del té, cuando surgió la posibilidad de trasladarme a Beijing por cuestiones laborales, uno de los aspectos que más me atrajo para tomar la decisión fue justamente la idea de vivir en la tierra donde se originó esta gran cultura del té.
Y entiendo al té como una cultura porque no es sólo una bebida; cultura es cultivo, tanto del arbusto del té, como de prácticas, costumbres, códigos, rituales, historias y leyendas, todas encerradas en una taza, desde hace casi cinco mil años.
Desde mi llegada me puse a probar y tomar té, a preguntar y averiguar, a confirmar cosas que sabía y corregir otras que creía erróneamente. Mi reciente visita a la calle Maliandao, donde se encuentran numerosos mercados dedicados exclusivamente al té, y las charlas con mis asistentes de la pastelería, que sorpresivamente saben bastante del tema, me han iluminado y me han abierto el camino a nuevas experiencias con esta bebida.
Camellia sinensis (camelia china) es el nombre científico que los naturalistas occidentales dieron a la planta; Cha (茶) es la palabra china para ella y para la bebida que con ella se prepara, y de la cual se derivaron en distintos idiomas los términos té, tea, chai, thé, chá, tai, shai, etcétera.
En China nació y se expandió a todo el mundo, hasta el punto de ser la segunda bebida más consumida en el globo, después del agua. Pero sigue siendo aquí donde se encuentra la mayor variedad y las mejores calidades, especialmente de tés verdes y semifermentados (personalmente, dejo a Sri Lanka e India la supremacía del té negro).
Son varias las leyendas sobre el origen del té. La más extendida en China cuenta que el mítico emperador Shennong, que vivió hace unos cinco mil años y fue famoso por su estudio de las plantas medicinales, bebió una taza de agua caliente en la que accidentalmente habían caído unas hojas traídas por la brisa. Como esa bebida lo energizó, decidió investigar esa planta y la introdujo en sus tratados de medicina como una planta curativa y estimulante.
Otra leyenda cuenta que el monje budista Bodidharma, proveniente de la India, había prometido mantenerse despierto meditando durante siete años. Como no pudo contener el sueño, al despertar se arrancó los párpados y los enterró. Éstos enraizaron y de ellos surgió la planta del té.
Lo que hoy sabemos es que todo comienza en el campo. El arbusto es trabajado de manera que no supere los dos metros de altura para facilitar la recolección. Ésta se realiza en China dos veces al año (primavera y otoño), se eligen las hojas más tiernas de la parte alta del arbusto, e inmediatamente comienza su procesamiento. Primero se secan (ya sea al sol o manualmente en grandes woks), obteniendo así el té verde. En algunos casos el proceso sigue y las hojas ya secas se fermentan parcialmente (como en el té Pu Erh) o totalmente (té negro).
Maliandao, como dije más arriba, es el mayor centro de venta de té en Beijing. Toda una calle con muchísimas tiendas y grandes mercados donde llegan los tés de diversas regiones del país. Fui con mi amigo local Marco, porque, como él mismo me dijo (y como sucede muchas veces en China), para comprar buen té hay que “tener un amigo” adentro del mercado, caso contrario pueden timarte y venderte té viejo y de mala calidad por un alto precio. Así, entramos en uno de los mercados donde estaba la tienda de la amiga de Marco. Yo me esperaba un mercado ruidoso, lleno de puestos y con todo el té ahí a la vista en grandes sacos. Pero resultó ser un lugar ordenado, dividido en verdaderas tiendas, las cuales tenían el té cuidadosamente guardado y una gran variedad de teteras, tazas, utensilios, etc., también a la venta.
Uno no va solamente a comprar té. Llegando, la vendedora nos ofrece asiento y comienza la degustación. Preparando y sirviendo casi a la manera del Gongfu Cha (ceremonia china del té), nuestra anfitriona nos hizo probar primero dos variedades de Wu Long (uno verde y el tradicional rojo semifermentado), originarios de la provincia de Fujian (que comparte con Taiwán la exclusividad de la producción del Wu Long).


Luego pasamos al Pu Erh, también semifermentado, en este caso exclusivo de la provincia sureña de Yunnan. Dos variedades también, uno ahumado y otro sin ahumar. 

 Té Pu Erh "nuevo" (izquierda) y añejo y ahumado (derecha)

Luego de fermentado, el Pu Erh es prensado, formando unas “tortas” que se pueden conservar durante largo tiempo. De hecho es un té que se añeja apósitamente, y los más viejos suelen ser los mejores y más caros. Para prepararlo, uno corta un pedacito de estas “tortas” (unos 15g por taza) y se lo sumerge en el agua caliente (a 100ºC), donde empieza a deshacerse en hebras y a infusionarse.

 "Tortas" de Pu Erh, algunas son verdaderas reliquias.

 Otras formas de Pu Erh

 "Torre" de Pu Erh como las que antiguamente se regalaban a los emperadores.

Después vino el turno del té verde. Éste tiene que ser preparado con agua a temperatura por debajo de la ebullición (75-80ºC) y debe ser “lavado” con esa agua antes de infusionarlo. La variedad elegida fue el Tie Guan Yin, de la provincia de Fujian. Muy aromático, de sabor marcado pero gentil.
Luego pasamos al té blanco (bai cha), que en realidad es una variedad de té verde, muy delicada y costosa, proveniente de brotes tiernos secados al sol, en las provincias de Anji y Fujian. Se dice que por su delicadeza y su escasez, era la variedad preferida de los emperadores.
El té blanco se prepara con agua a 75ºC en un vaso largo de vidrio, donde se colocan las hebras que no se cuelan, sino que van decantando lentamente. Cuando llegan al fondo estamos en el punto donde podemos beberlo. Los chinos consideran que este tipo de preparación transmite una enorme paz; ver las hojas desplazarse lenta y elegantemente desde la superficie hasta el fondo del vaso recuerda los armónicos movimientos del tai ji.

 Té blanco decantando
Hemos probado dos variedades de té blanco, ambos de Fujian. El primero era casi incoloro a la vista pero con un perfume muy marcado. El segundo, llamado Yue Guang Bai, era muy particular, más amarillento a la vista, y sorpresivamente con un aroma más parecido a los tés negros de Ceylan. Éste fue el que elegí para comprar (Marco compró el verde Tie Guan Yin e hicimos intercambio de ciertas cantidades; anteriormente me habían sido regalados distintos tipos de Pu Erh).
Tanto el té verde como el rojo o negro pueden volver a infusionarse varias veces, dependiendo de la calidad, del tipo de té y del gusto del consumidor, desde 3 a 7 recargas de agua. Pero lo que de ninguna manera puede hacerse es dejar que las hojas de té usado pasen la noche y vuelvan a usarse al día siguiente.
Existen también los tés aromatizados, siendo el más famoso el de jazmín (molihua en chino), y una gran variedad de infusiones florales, que por no contener hojas de té no pueden ser llamadas así, pero que también son muy populares en China.

Frascos con numerosas variedades de flores y hierbas para infusión

Como dije más arriba, el té se cosecha en primavera y en otoño, siendo el de primavera el más apreciado (supuestamente es de mejor calidad y sabor), pero es importante para el té verde que sea “nuevo”, es decir, en otoño e invierno no debería consumirse té de la primavera anterior, sino del reciente otoño, y viceversa. Por ahora entonces tengo mi té de otoño, a la espera del ansiado té de primavera.
Hay mucho más para hablar, averiguar, escribir, investigar, sobre el té. Y la mejor manera de hacerlo es tomándolo, disfrutándolo.
Para los interesados, recomiendo el documental All in this tea de Les Blank y Gina Leibrecht (se puede bajar de Internet).
Ahora me voy a preparar una tacita de Pu Erh.

viernes, 15 de octubre de 2010

Traduttore traditore


Me pregunto cómo habrá hecho Marco Polo para entenderse con los chinos. Tal vez nunca se entendió realmente con ellos, quién sabe.
Y siglos después yo intento comprender algo de este idioma que es distinto en el sonido, en la escritura, en el concepto mismo de lengua. Encima yo trato de comunicarme en inglés, que tampoco es mi lengua y que he descubierto que cada vez lo hablo peor.
Pero no todo es sufrimiento en la incomunicación: también me divierto con las traducciones a uno y otro idioma. Las palabras y los nombres occidentales traducidos al chino merecerían un tratado: no sé si por imposibilidad de pronunciarlos o por mero nacionalismo lingüístico, los chinos aplican sus sílabas tratando de aproximarse a lo que sería el sonido occidental original, pero casi siempre el resultado es un término completamente distinto. Por ejemplo, McDonald’s es conocido aquí como “Mai dan lao”. Las estrellas de cine de Hollywood sufren también estas transformaciones que para mí son realmente hilarantes.
Consultando a mi traductor por mi nombre y apellido, concluyó que en China me llamaría Ma Ding (马 丁, Martín) Du Fu Luo (杜 福 罗, Tufró) –en rigor, Du Fu Luo Ma Ding, ya que en estas tierras el apellido se usa delante del nombre–. De “Martín” a “Ma Ding” puede ser, pero de “Tufró” a “Du Fu Luo”, el cambio es un poco raro, ¿no?
Cada una de esas sílabas que componen mi nombre chino se corresponden con un caracter, que en algunos casos tienen significado propio y en otros no. La sorpresa es que el primer caracter de mi nombre, “Ma” (马), significa “caballo”, que es mi signo del horóscopo chino. Y en mi apellido, el carácter “Fu” (福) significa “fortuna”, y los chinos consideran auspicioso tener caracteres de este tipo en el nombre. Si bien todos los chinos traducirían “Martín” por “Ma Ding”, mi traductor quiso ir más allá y lo corrigió diciendo que más apropiado sería llamarme “Ma Ting” (马 廷), ya que la sílaba “Ting” forma parte también de la palabra “A Gen Ting”, que significa “Argentina”, por lo tanto tendría en mi nombre mi signo y mi origen, y además el sonido se asemejaría más al original (T por D).
Por cierto, “Perú” se dice aquí “Mi Lu”. Jeje.
Otra característica del chino es que se escribe corrido, un caracter detrás de otro, es decir, una sílaba tras otra, sin separaciones entre palabras (como la antigua scriptio continua). Para ellos esto es corriente y sencillo, pero genera algunos inconvenientes al momento de traducir ya que a veces hacen lo mismo con el inglés, y podemos encontrar carteles como “ShowyourID” (“Identifíquese”), o restaurantes con nombres como “Yunnanwildediblemushrooms” (Hongos silvestres comestibles del Yunnan).
La próxima semana comenzaré unas clases de chino. Ya sólo con los tonos creo que tendré para un año de estudio.

lunes, 11 de octubre de 2010

Silencio

No sabemos quién ganó el Premio Nobel de la Paz, ni tampoco nos importa. Si ese premio lo ganó anteriormente el mentiroso de Obama, evidentemente no es un galardón serio.

sábado, 9 de octubre de 2010

Noticias sudacas

En mi televisor puedo ver unos cuantos canales, pero sólo uno transmite en idioma occidental: CCTV News, la señal en inglés de la Televisión Central China, algo así como la CNN de aquí.
Hasta hace tres o cuatro días la mayoría de las noticias eran sobre Asia, Europa, en menor medida Estados Unidos y casi nada de nuestra Sudamérica. Sólo se mencionaba al pasar el todavía inconcluso rescate de los mineros chilenos y las elecciones presidenciales de Brasil (es justo decirlo, nuestros vecinos son una potencia).
Pero anteayer me asaltó la emoción cuando el presentador de las noticias mencionó al comienzo del programa, seguiditos, a la Argentina y al Perú. La primera noticia era sobre la inauguración de la Feria del Libro de Frankfurt, donde la Argentina es el país invitado, y mostraban a nuestra querida presidenta hablando en el acto oficial. La segunda, sobre el descubrimiento de nuevos sitios arqueológicos cerca de Machu Picchu y de restos fósiles de un pingüino antediluviano en las costas de Paracas.
Las disfruté pensando que serían las últimas en mucho tiempo.
Pero bueno, ayer le dieron el Nobel a Vargas Llosa y eso estuvo también en CCTV News.

Templo del cielo

Cada momento libre (son pocos) debo aprovecharlo para conocer algo nuevo de Beijing. Habiendo ido ya a la Ciudad Prohibida, la prioridad era ahora el Templo del Cielo, conocido en chino como Tian Tan.
 


Construido originalmente en 1420 durante la dinastía Ming, este complejo de palacios y altares era utilizado por los emperadores y sus cortes para pedir al cielo buenas cosechas y agradecer luego de ellas por los frutos obtenidos.
Dentro de este gran parque se encuentra el Palacio de la Oración por la Buena Cosecha (foto), una de las edificaciones más representativas de Beijing, construido en forma circular sobre una plaza cuadrada (por la creencia de que el cielo era redondo y la tierra plana).
También se encuentran el Altar Circular donde se realizaban sacrificios de animales, la Bóveda Imperial del Cielo donde los emperadores rendían culto a sus antepasados, la Escuela de Música Divina, donde se enseñaba y se practicaba la música específicamente creada para los ritos, y el Palacio de la Abstinencia, donde los emperadores se encerraban unos días antes de las ceremonias para abstenerse de carne, alcohol y mujeres.
También de este lugar les estoy preparando un álbum Picasa que enviaré en breve.

Tianjin


Situada a unos 180 kilómetros al sudeste de Beijing, esta ciudad es una de las cinco “municipalidades centrales” de China, es decir, ciudades con gobierno propio que depende directamente del gobierno central (y no de una provincia). Es la sexta ciudad más poblada de China (aunque comparada con Beijing da la sensación de ser una ciudad tranquila y a escala más humana) y sus puertos sobre el mar amarillo fueron y son el principal acceso marítimo a Beijing, a través de la desembocadura del Río Amarillo y el Gran Canal Chino.
Hoy se llega desde Beijing en sólo 30 minutos exactos y puntuales gracias a los trenes superveloces, modernísimos, seguros y cómodos, mucho mejores que sus pares europeos.
 
Estación ferroviaria Sur de Beijing, desde aquí sale el tren superveloz a Tianjin.

Su nombre (Tian Jin) significa algo así como “vado celestial”, ya que en el punto donde hoy se encuentra el centro de la ciudad, el emperador Yongle vadeó el río Hai He para llegar al mar, en 1404.
Lo más particular de Tianjin es su arquitectura, diferente a la de Beijing: si no fuera por los carteles y los habitantes chinos, uno podría pensar que se encuentra en Europa. Es que desde el siglo XIX y hasta las primeras décadas del XX, Tianjin, por su condición de ciudad portuaria, fue sede de las delegaciones diplomáticas y las “concesiones” (un eufemismo de “zona ocupada”) de países europeos. Desde allí se podía controlar el ingreso de mercancías y tropas a la capital china, siendo uno de los puntos más álgidos durantes las guerras del opio en el siglo XIX, la guerra de los boxers en 1900 y las dos guerras mundiales. Hoy quedan unos cuantos edificios en estilos inglés, francés, y sobre todo italiano, en las zonas de las antiguas concesiones.

Tianjin, desde la estación de tren. De lejos parece Mar del Plata…

 Dulces típicos de Tianjin: unas rosquitas fritas con sésamo.

Peatonal comercial en el centro de la ciudad.

Antigua y moderna Tianjin.

Arquitectura europea, en este caso en la antigua concesión italiana…


… que hoy es un lugar de paseo turístico rebautizado como “Italian Style Town”.



Bueno, esta tienda de europea no tenía mucho: Elvis, cowboys, indios hopi…

Banderas

El 25 de septiembre, mientras preparaba mi desayuno, veo por la ventana que entran en el patio interior de mi edificio unos jóvenes semi uniformados, a paso firme y decidido, con banderas rojas bajo el brazo. “Cagamos”, pensé, “se viene la nueva revolución”. Tomé mi desayuno, y al salir vi que los muchachos habían colocado banderas chinas en cada entrada del edificio, y en todos los edificios de la ciudad. Eran voluntarios que enviaba el gobierno para vestir a la ciudad con el pabellón nacional para el 1º de octubre, día en que se festejó el 61º aniversario de la creación de la República Popular China.


Escorpiones y otras delicias


Luego de visitar la Ciudad Prohibida, mis guías y yo nos dimos una vuelta por la zona y no pudimos evitar pasar por la calle Wangfujing, conocida por los numerosos puestos de venta de pinchos… de los animales (bichos, más bien) más variados. Esas fotos también las pondré en el Picasa prometido.
Querido David Kamt, te nombré más arriba y te vuelvo a nombrar, porque esto es para ti: el anticucho de escorpión que me comí en tu nombre, tal como me lo recomendaste en Lima antes de mi partida… 

Gùgong



Así se conoce en chino a la Ciudad Prohibida, la zona amurallada en el centro geográfico de Beijing (justo frente a la famosa plaza Tian’anmen), que contiene una serie de palacios imperiales y viviendas de las cortes, construido y utilizado durante las dinastías Ming y Qing (1404-1911).
Tuve día libre el domingo, así que fui a visitarla acompañado de mis guías chinos Yang y Marco (éste último tiene también un nombre chino, pero prefiere hacerse llamar por su nombre occidental, que, aunque de origen latino, él considera un “English name”).
Fue un día perfecto para la visita: soleado a más no poder, ni una nube en el cielo pekinés, pero sin demasiado calor.
No puedo decir mucho de esta visita, es impresionante ver la casi infinita sucesión de portales, palacios, explanadas, corredores, jardines… poco vale lo que yo pueda contarles por este medio. No me cabe duda de que Kafka estuvo aquí, por lo menos en sueños.
Saqué muchas fotos, aquí pongo sólo una, pero haré una selección un poco más extensa que colgaré de un Picasa para que todos puedan ver. 

(Originalmente enviado el 27 de septiembre de 2010)

Palitos


En 29 días sólo una vez comí con cuchillo y tenedor, en un restaurante italiano. Todas las demás comidas fueron con palitos. Bueno, cucharas cuando hubo sopas, y alguna que otra cosa con la mano. Cada vez que como con palitos recuerdo a David Kamt en un chifa de la calle Capón en Lima, diciendo que los occidentales “comemos con armas”.  
Y en este achinamiento culinario sigo probando comidas de las distintas regiones. He experimentado las delicias de Xinjiang, una región ubicada al oeste del país, predominantemente musulmana, con etnias de origen turco, de idioma y escritura diversos al chino (más parecido al árabe). La comida de esta provincia también tiene toques más propios de medio oriente, y alguna influencia también de la cocina india.
Diferente y deliciosa.

Luna de otoño

Miércoles 22 de septiembre. Cielo despejado y una luna llena brillante sobre Beijing. Las condiciones ideales para celebrar la noche de los mooncakes.
Finalmente hubo cambio de planes a último momento, y en lugar de cenar en casa familiar hemos comenzado la noche en un restaurant para degustar el huo guo, también llamado “olla mongola”, que consiste en un recipiente con agua hirviendo, puesto al centro de la mesa, que tiene una especie de caldera en el medio que mantiene el agua siempre caliente. Dentro de esta agua se introducen distintos tipos de carnes, vegetales, hongos y tofu, que se cocinan en pocos segundos y luego se llevan a la boca previamente aderezados con una deliciosa salsa a base de aceite de sésamo, pasta de maní chino, ajo
y cilantro.  

 El huo guo: a la derecha se ve el dispositivo con la caldera al centro y el agua hirviendo a su alrededor. Los rollitos que parecen jamón son carnes crudas (cordero, vaca, cerdo), los palitos amarillos de abajo a la izquierda son una variedad de hongos largos deliciosos, entre ellos el tofu con forma de tallarines anchos, más atrás nabos, otro tipo de tofu… y faltaban venir unoscuantos ingredientes más. Los seres humanos presentes en la foto: Valentina (la socia italiana dela pastelería), Yang (su marido) y el señor Li (padre de Yang).

Luego sí fuimos a degustar los famosos pastelillos (que aparentemente se comen sólo en esta fecha) a la casa de la familia Li. Como tenía el estómago todavía bien ocupado por el huo guo, decidí comer sólo un
mooncake. Me tocó uno relleno con pasta de frijol negro (algo parecido al frejol colado peruano), siempre con la yema en el centro. Muy dulce pero bastante rico, por cierto.
La familia anfitriona tuvo la deferencia de regalarme una caja con ocho mooncakes, para seguir engrosando mi ya más que incipiente barriga.

Próceres y billetes


Los próceres de los billetes son siempre tema de discusión, al menos en la Argentina: quién merece estar, quién no, si San Martín debe aparecer viejo o joven, quién carajo fue Juárez Celman para tener un billete tan valioso, o por qué Perón o Evita no tienen el suyo… En China resuelven este problema muy fácilmente: TODOS los billetes llevan en el frente la efigie de Mao, y en el dorso alguna maravilla natural o arquitectónica del país. Claro, no se si Mao estaría tan contento de ser la cara visible de una economía que cada vez tiene menos de socialista…

Muchos platos de un pato

Por lo que experimenté hasta el momento, veo que mi estadía en Beijing será una sucesión de sorprendentes experiencias culinarias. Aquí la comida aparece por todos lados: hay por lo menos un restaurant o local de comida por cuadra (cuando no dos o tres o más), y por las calles los carritos de comida ofrecen pequeñas y tentadoras especialidades al paso.
Pero tal vez el más característico y difundido de los platos pekineses sea el pato laqueado, que se come en todo el mundo pero, obviamente, en ningún lado como aquí. La casi secreta y compleja preparación de este plato es uno de los tesoros de esta ciudad. Y el gigantesco restaurant Quanjude parece ser “el” lugar para degustarlo.
Se ordena por lo menos un pato entero. Al rato llega un cocinero que, en una mesa auxiliar al costado de la que uno ocupa, se pone a despostar el pato ya laqueado y a llevar a la mesa las diferentes piezas: primero trozos de piel crocante y dorada, luego rodajitas de carne con algo de piel adherida, que se aderezan con una salsa agridulce y se enrollan junto con cebollitas o apio en unos panes delgados y chatos, parecidos a un panqueque, que a su vez llegan calentitos en una vaporera de bambú. Luego llega la cabeza del pato, que parece ser una parte muy preciada del pobre animal.


En primer plano, los panquequitos en los cuales se envuelven los trocitos
de carne de pato que vemos más al fondo.

Aquí el cocinero se retira nuevamente a la cocina con los huesos, que, todavía con algo de carne adherida, serán fritos y llevados posteriormente a la mesa, como epílogo del volátil manjar. Obviamente no se puede escribir lo que significa comer este pequeño banquete en el que de un solo animal salen una cantidad de platos diversos (me olvidaba, en medio de todo esto también traen a la mesa una sopa de pato).  Sí puedo decir que es una de las cosas más ricas que comí en mi vida, que me pareció fantástica esa sucesión de diferentes maneras de comer el pato, y que bien valen las 30 horas de vuelo para venir a experimentar esta delicia.
Como broche final, el mozo trae una especie de tarjeta postal donde figura el número de cada pato que uno consumió, es decir, la cuenta de cuántos patos se han sacrificado desde la apertura del restaurante… nosotros fuimos los golosos asesinos de los patos números 396.085 y 396.086 del restaurant Quanjude.

Mooncakes

Mañana en China se festeja el Zhong qiu jie, conocido en occidental como fiesta de la Luna, fiesta de la cosecha o simplemente Mooncake festival (o sea, fiesta de las tortas de la Luna). Es que es tradición en esta fecha –el quinceavo día del octavo mes del calendario lunar, cuando el satélite tiene su brillo máximo de todo el año– que las familias chinas se junten y coman estas tortitas, las mooncakes, una masa inusualmente dulce para el gusto local, que en el centro tiene una yema y en la superficie un diseño moldeado muy tradicional. 
Estoy invitado a compartir esta fiesta en casa de una familia pekinesa.

Chino básico

Algunas palabras aprendí, pero el chino es todavía para mí, básicamente, chino básico. Tengo que estudiar chino. 
Viendo lo que es China hoy, todos deberíamos estudiar chino. Estudien.

(Originalmente enviado el 11 de septiembre de 2010) 

Pruebas y degustación

Del viernes 17 al domingo 19 fueron días de super intenso trabajo en la pastelería. Hicimos las primeras pruebas, 22 tortas que el domingo por la tarde vinieron a degustar unas treinta personas, algunas de nacionalidad china y también extranjeros (cuándo no, hasta había un argentino…). Cada uno tenía una ficha donde podía dar puntaje a ciertos ítems y escribir los comentarios sobre cada torta. En general, fueron muy buenos. 
Les debo las fotos, yo estuve tan ocupado que no pude sacar ni una, y los que sacaron todavía no me las pasaron. 
Demás está decir que tampoco probé bocado alguno…

(Originalmente enviado el 11 de septiembre de 2010) 

Comenzando


Fue una semana intensa comprando el equipamiento para la pastelería, visitando proveedores, encargando insumos para las primeras pruebas.
La cocina ya está lista, sólo faltan algunos detalles para comenzar la producción, pero tenemos lo necesario para preparar las primeras tortas y hacer las degustaciones iniciales.
El local está junto a un parque, justo al costado de un canal que atraviesa dicho parque, en el distrito pekinés de Chaoyang (que significa algo así como “mirando al sol”). Chaoyang es un distrito enorme, creo que el más grande de la ciudad (algunos dicen que entraría tres veces París). Dentro de esta enorme área hay centros comerciales y financieros, el estadio “Nido de pájaro” y la villa olímpica del 2008, casi todas las embajadas extranjeras, varias universidades, enormes y bonitos parques, el famoso Mercado de la Seda (donde se compran a buen precio prendas y accesorios imitación de las mejores marcas), avenidas amplias bordeadas de sauces y, por supuesto, infinidad de restaurantes.

 La fila de locales junto al canal donde se encuentra la pastelería.

A la izquierda de la foto está el parque.



La pastelería por dentro. Nuevita e impecable, antes de comenzar las primeras pruebas.

(Originalmente enviado el 11 de septiembre de 2010)

Der Himmel über Beijing



Miércoles 15 de septiembre. Después de varios días de un sol asesino y bastante calor, la ciudad aparece cubierta de un gris intenso. El cielo sobre Beijing parece venirse abajo, pero sin los ángeles de Wenders. Efectivamente, comienza a llover. Una lluvia al estilo Buenos Aires, intensa, larga, que después de unas horas devino en estilo Lima: una llovizna apenas perceptible pero constante y molesta. Así estuvo todo el día siguiente y parte del subsiguiente.
Otra similitud de los días de lluvia pekineses con los porteños es el inmediato problema del tránsito: vivo mi primer verdadero atasco (por los que la ciudad es famosa), en una autopista bajo el agua. 

 

11 días


Es el tiempo que llevo en Beijing.
Llegué con bastante calor, luego llovió y refrescó, salió el sol pero sin tanto calor y hoy volvió a nublarse y a llover por la mañana. 21 de septiembre, oficialmente comienzo del otoño en este hemisferio. 

(Originalmente enviado el 11 de septiembre de 2010)

30 horas


Eso es aproximadamente lo que tardé en llegar desde Buenos Aires hasta Beijing.
Mi vuelo de Malaysia Airlines partió el miércoles 20 de septiembre a las 20.50 de Ezeiza, haciendo su primera escala en Ciudad del Cabo, Sudáfrica, a las 8.45 del día 9 (las 3.45 hora argentina). Esas primeras siete horas se pasaron tranquilas, nos dieron cena y desayuno, vi la nueva versión de Karate Kid (que transcurre toda en Beijing), y el resto del tiempo dormí.
En Ciudad del Cabo estuvimos hora y media aproximadamente, en la que me dediqué a estirar piernas, ver el duty free y negocios de artesanía africana y resabios del mundial. Era la primera vez que pisaba el continente africano, aunque no fue más que la zona de tránsito del aeropuerto.


Mi avión de Malaysia Airlines haciendo escala en el aeropuerto de Ciudad del Cabo

Luego el vuelo continuó hacia Johannesburgo, segunda parada sudafricana. Hora y media de vuelo, y otra escala de una hora, donde se bajaron casi todos los argentinos que venían en el avión (incluyendo un grupo enorme de escolares de colegio privado anglófilo, Saint algo, que se iba de gira de rugby y hockey a la tierra de De Klerk), y se llenó de orientales de todo tipo, indios y algún que otro europeo.
Salimos de Johannesburgo a las 13.30 hora local, para cruzar el océano Índico rumbo a extremo oriente. Nuevamente tuve la posibilidad de dormir bastante entre comida y comida (debo decirlo, el servicio de Malaysia Airlines es bastante bueno, y el toque de especias orientales disfraza muy bien lo insípida que suele ser la comida de avión).
Llegamos a las 5.30 de la mañana del 10 de septiembre a Kuala Lumpur, capital de Malasia. O sea, todo el 9 de septiembre lo pasé en el aire, como si no hubiera existido para mí. Ya tenía una diferencia horaria de 11 horas respecto a Buenos Aires y 13 con Lima. Pero todavía los efectos no se hacían sentir. Venía aguantando bastante bien la cantidad de horas arriba del avión, aunque la última hora y media antes de llegar a Malasia ya perdí el sueño y empecé a inquietarme.
En Kuala Lumpur llovía y hacía bastante calor (24ºC a esa hora de la madrugada…), el aeropuerto estaba vacío y tenía una espera de 3 horas y media con trasbordo de avión, antes del último tramo. Todavía no abrían los negocios, así que me senté a leer en la sala de espera. De repente, un fuerte malestar me invade: sueño mezclado con dolor de cabeza y sensación de fiebre. Pero así como vino, se fue, al ratito, repentinamente. Eso debe ser el famoso jet lag.


La soledad del aeropuerto de Kuala Lumpur a las 5.30 de la mañana.

Me comí una Vauquita en Kuala Lumpur y a las 9.10 de la mañana salió el último vuelo en dirección a Beijing. No pude ver nada de la capital malaya desde el aire: tenía pasillo en el bloque central de asientos, y además estaba completamente nublado.
Otra vez nos sirvieron bastante comida (desayuno y almuerzo, además de snacks, helados y bebidas), intenté ver una película policial china, pero inesperadamente seguí durmiendo casi todas las últimas 5 horas 40 minutos de vuelo.
Llegando a Beijing sí pude ver algo por la lejana ventanilla: una ciudad enorme, pero con bastante verde, y cubierta de un velo neblinoso de color gris blancuzco, que no es otra cosa que smog.
Aterrizamos en Beijing a las 14.50, veinte minutos antes de lo programado. Aquí ya estaba soleado y hacía un calor veraniego (30ºC). El aeropuerto es gigantesco (tardamos más de 10 minutos en llegar de la pista de aterrizaje a la terminal).
En definitiva, 30 horas de vuelo, que no fueron tan traumáticas como pensaba. Aunque, es bueno saberlo, el jet lag comienza a sentirse incluso varias horas después de llegar.
Hoy comienza mi verdadera estadía en China. Iré a conocer mi lugar de trabajo, me trasladaré al departamento que nos han alquilado (anoche estuve en un hotel porque no estaba listo el depto) y me llevarán a cenar el famoso pato laqueado pekinés.
Y debo ver la manera de empezar a aprender chino.


Vista nocturna desde la habitación del hotel en Beijing.

(Originalmente enviado el 11 de septiembre de 2010)