El 25 de septiembre, mientras preparaba mi desayuno, veo por la ventana que entran en el patio interior de mi edificio unos jóvenes semi uniformados, a paso firme y decidido, con banderas rojas bajo el brazo. “Cagamos”, pensé, “se viene la nueva revolución”. Tomé mi desayuno, y al salir vi que los muchachos habían colocado banderas chinas en cada entrada del edificio, y en todos los edificios de la ciudad. Eran voluntarios que enviaba el gobierno para vestir a la ciudad con el pabellón nacional para el 1º de octubre, día en que se festejó el 61º aniversario de la creación de la República Popular China.
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